Arandas

Arandas

YA SEA ENCUMBRANDO por Atotonilco otomando velocidad por la nueva carretera de Los Altos, adelante de Tepatitlán, está el cruce que lleva al señero pueblo de Arandas.

A distancia de varios kilómetros, sobre la llanada punteada de fresnos y gigantescos robles, sino es que de pronto se tiende un plantío de agaves en desvanecido azul; desde una lejanía donde juegan el rojo de la tierra, el dorado de los pastizales y el verde esmeralda de árboles en ringla, se divisa el perfil de Arandas.

Allá está, allá donde asoman las dos agujas majestuosas del santuario nuevo, como dos suspiros lanzados al infinito azul, en ansia de lo eterno, en anhelo de liberar el lastre fatigoso de nuestra condición humana para dialogar arriba de las nubes, cara a cara con Dios.

Este santuario de Arandas y su grandioso templo parroquial donde el vecindario vive y vibra en un hondo guadalupanismo, valen como un símbolo, son banderas plantadas en la sequedad de estas tierras para tremolar arriba los valores del espíritu alteño.

Venciendo contrariedades naturales, Arandas y todos los pueblos de este rumbo dan ejemplo de laboriosidad y progreso; el honor, la rectitud, la palabra, la mujer, el hogar, conforman un esquema de vida.

Arcón que guarda auténticas virtudes provincianas; recogimiento dentro de sus propios linderos; tranquilidad y gozo entrañable emanados de la diafanidad interior de sus moradores; un estrechamiento entre sus habitantes que viven y se tratan como miembros de una misma familia. Eso es, así es Arandas.

Así fue Arandas al menos hasta hace un tiempo, pues hoy empieza a advertirse la afluencia y la influencia de corrientes que llegan de fuera.

Por la cinta asfáltica de su carretera, ha empezado a llegar el vértigo extraño, el bullicio de otros rumbos, las costumbres lejanas que inquietan y remueven el embeleso que caracterizaba la vida de Arandas.

Y no es cosa de oponerse a la marcha del tiempo. Sí puede y debe empeñarse toda lucha para equilibrar el movimiento inmigratorio, dando bases firmes, estableciendo drenes, dando a la juventud que es la primera que enloquece con el canto de las sirenas del modernismo, ideales nobles, aspiraciones dignas, anhelos de sólida grandeza… como ya lo hacen por cierto los padres javerianos en el magnífico plantel educativo que tienen aquí.

Tal vez Arandas está viviendo un momento decisivo de su historia; tal vez exista hoy el riesgo de perder el acervo de las nobles virtudes que habían caracterizado a esta población…

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O podría conseguirse que dentro de los vientos de la actualidad, y con todos los logros del progreso, en medio de la rosa abierta de los vientos, siga siendo Arandas lo que fue, mantenga su espíritu provinciano, persista fiel a su espejo diario, como cincuenta veces es igual el Ave taladrada en el hilo del rosario…

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