Tonaya

Tonaya

TONAYA TIENE en las mañanas el aspecto fresco y risueño de niña campesina que, llena de pudor, tira hasta la última calle, junto al río, la blancura de unas nubes que se bajaron a vestirla.

Curioso. Aunque el pueblo, no hace muchos años comunicado por carretera desde El Grullo, está rodeado de montañas y en las montañas resplandece el verdor de una vegetación tropical, el aire no trae por aquí esencias del campo. En Tonaya huele a mezcal fermentado, a la herrumbre esa, al desperdicio que las vinaterías llevan al río, aquí en las últimas calles.

Así y todo, hay compostura y dignidad en el aspecto de Tonaya. Fachadas con el sello del ingenuo espíritu de esta gente, hierros forjados en otro tiempo y también, en las casas nuevas, la tonta modernidad de una arquitectura que no es de aquí.

El templo tiene la majestad de sus muros de ladrillo que se levantan sobre el caserío. A pesar de su material, consiguió el constructor una expresión de gracia y dio un aliento superior a sus líneas.

Este templo, según cuentan, tuvo que darse al culto con precipitación, allá cuando alboreaba el siglo pasado, porque vinieron unos misioneros que de tal manera motivaran estas gentes, tan concurridas fueron sus predicaciones, que hubo de descombrarse a la carrera lo que iba de la fábrica, sacaron el material, emparejaron de prisa el terreno y desde entonces, a medio techo todavía, lo pusieron a servicio de los feligreses.

Tuvo que ser así, porque junto al templo de ladrillo, se mantienen en airosa gallardía las ruinas del que fue el templo primitivo, realmente pequeño para un vecindario que desde principios de siglo ya fue muy numeroso.

Tonaya-1

Tonaya-2

Son tres torrecitas cónicas, ennegrecidas de musgo, de tiempo y de lluvia, en tan fuerte hechura a base de piedras de castilla, piedras rodadas del río y amarradas con tanta consistencia, que constituye esta construcción, un recio testimonio ungido por los siglos.

Otro testimonio que da celebridad a Tonaya es el nombre de Juan Rulfo y las vivencias que recogió de aquí en los años de su infancia, en los cuales por circunstancias de la familia vino a vivir con su hermano Severiano.

No hace mucho, gentes del pueblo recordaban «a Juanito» como lo mencionaban, y lo describían como un niño retraído que iba a refugiarse en la lectura, ajeno a la diversión y el bullicio de los demás muchachos.

Tonaya tiene aspectos muy vivos, escenarios que pueden identificarse con algunos pasajes de la obra de Rulfo.

También circulan por aquí las historias, las situaciones de amenaza o de violencia que motivaron en trasfondo la mayoría de sus historias.

Se puede pensar, en suma, que Tonaya fue tierra fértil donde se nutrieron las sequedades ardientes, rudas, categóricas de los escritos de Rulfo. Y todavía en su silencio, en sus horas largas, en el vaho hostigante de las coladuras cocidas del mezcal, en sus mañanas envueltas de niebla sobre río, o en sus noches oscuras, habría que preguntarle a algún Ignacio de ahorá… si no oye ladrar los perros.

Deja un comentario