Chapala

Chapala

VINIERON LOS FRÍOS Y la superficie del Lago fue apagando su brillo, se volvió cada vez más, con la tristeza de noviembre, una extensión de plata oxidada; manchada aquí y allá con los lamparones del lirio, también éste, deslucido y opaco.

Dónde está Pepe Guízar para que venga a cantarle a Chapala en noviembre, y le hable de sus redes de plata, del temblor de sus olas, el brillo de sus peces o del embrujo de sus noches de luna traslucidas desde el boscaje de un manglar…

O dónde Agustín Yáñez para que recuerde ahora de sus días de adolescente: «Aquellas travesías por nuestro mar chapálico.  Aquellos villorrios de la costa. Aquellas islas. Y las barcas. Las viejas barcas viejas… «

A qué hora van a venir los enamorados a decirse palabras tiernas, en las luces lánguidas de un atardecer que hace vibrar las olas en chispas de fuego tendidas hasta el rumbo de Jocotepec.

Cuáles son las fechas para que las casas de campo, los hoteles de la ribera, las hermosas mansiones que fueron acomodándose entre huertas, prados y espacios verdes, en el rincón de un cerro o a la vista azul de la Laguna; cuáles las fechas para que estas casas vuelvan a llenarse de risas, de cantos, del bullicio que los vacacionistas traían hasta las escondidas viviendas que se rodean de la Laguna.

Noviembre trajo nomás el silencio de mañanas friolentas, un aire envuelto en gasas blancas; y al atardecer, la dolencia de un sol que tiene en sí mismo la tristeza de estos días en que las campanas tocan lánguidas por el recuerdo de los muertos.

Y sin embargo, Chapala es un canto a la vida. Jalisco tiene en Chapala un motivo de ufanía que muestra a todo el país, con sus paisajes, con la riqueza agrícola de sus alrededores, con el agua que como en la historia de la Samaritana, pone en cuenco fresco para dar de beber a los tapatíos.

Chapala sigue siendo y lo será por siempre, el condicionador benéfico de las lluvias y el clima; el atractivo de gentes que vienen a disfrutar el descanso y la belleza de pueblecillos ribereños; el nombre que seduce a quienes visitando Guadalajara no pueden regresar sin ir siquiera un día a Chapala.

Chapala fue conquistado el año de 1521, por el capitán español don Alonso de Ávalos, quien persuadió a los naturales «sin violencia, al servicio de Dios y sujeción del Rey Católico, disponiendo sus tributos y político gobierno”.

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Dando pormenores de los primeros indios de Chapala, cuenta el P. Tello que «veneraban un ídolo común, el cual tenían colocado en un puesto… y allí los más hacían sus ceremonias bárbaras y sacrificios», y afirma que su ídolo les tenía mandado que cada uno «hiciese un pucherito o búcaro pequeñito y que rasgándose las orejas, echasen en él de cada una, una gota de sangre, y que cuando se bañasen echasen en la laguna el pucherito o búcaro con la sangre, persuadiéndolos con esto a creer que quedaban inmortales’:

Dicen que todavía suele de cuando en cuando, en las mareas chapálicas, aparecer en la arena alguna de aquellas míticas ollitas.

En crónicas antiguas de los franciscanos, se da noticia de huertas y deliciosas frutas que se cultivaban en los márgenes de la Laguna; «Hay también en Chapala muchos y muy agradables platanares, dánse cañas dulces de azúcar, dándose uvas, membrillos, granadas y guayabas y todo género de naranjas y hay tanto de todo esto que el pueblo parece una huerta… «

Eso ha sido desde siempre este embrujado rincón de Jalisco. En el más y el menos de sus niveles, la Laguna sigue despertando ilusiones, canto para los enamorados, aliento de vida para los ribereños, cuenco de agua para los tapatíos… y ahora una extensión dormida porque los fríos de noviembre empañaron el espejo de agua.

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