Unión de Tula

Tula

COMO SI SE HUBIERA formado un haz de voluntades para crear un pueblo…

Como si alguien hubiera buscado un impulso generoso para fomentar el acercamiento hacia un mejor desarrollo, hacia el cabal bienestar del hombre; así fue el nacimiento del pintoresco y dinámico pueblo de la Unión de Tula.

Al principio, en la lejanía del tiempo, aquí y allá desparramadas las encomiendas que se daban a quienes se habían distinguido en su servicio y lealtad a la corona española. Al paso del tiempo, de cada una de estas encomiendas surgió una hacienda.

Con ello se ha de mencionar la fertilidad de estas tierras, las condiciones propicias en el clima y la humedad, la entrega resuelta de los hombres para hacer producir estas extensiones de modo que las cosechas se alcanzaban de un año al siguiente.

Aquí y allá los núcleos de actividad agrícola, los pequeños poblados, caseríos rodeados de la casa grande, en haciendas como la de San Cristóbal, San Clemente, Santa Rosa y Santa Ana, entre otras.

Pero dijeron aquellos hombres: podemos ser más fuertes aún, podemos hacer que nuestras familias vivan en mayor armonía y contento, si de todo esto formamos un solo ser.

Se pusieron de acuerdo y con la letra inicial de aquellos poderosos hacendados: Topete, Villaseñor (la v antigua como u), Lascano y Arriola, surgió la Unión de TULA.

El acta de fundación del pueblo menciona los acuerdos de organización política, obligaciones y derechos de cada uno de los fundadores, así como los límites y superficie territorial tomada de lo que le perteneció a cada uno. En modo oficial y definitivo se da el 28 de mayo de 1821, como fecha en que este pueblo empieza a tener vida propia entre todas las demás poblaciones de la comarca.

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Quien viene a la vida, inicia un viaje maravilloso, realizaciones y triunfos, esfuerzo y lucha, peripecias amargas y tropezones difíciles. De todo esto ha habido en el correr de siglo y medio de vida en la Unión de Tula.

La leyenda, esas ingenuas leyendas que perfuman la vida de los pueblos no podían faltar en éste; así, a propósito de la devoción de los tulenses a una imagen del Señor Crucificado con el título de El Señor de la Misericordia. Se habla de un vecino del lugar que quiso cortar una rama de mezquite que estorbaba su paso; hiende el hacha en el tronco y se asombra cuando salta de él un chorro de sangre. De ahí, de ese mezquite, es labrada luego por un misterioso escultor, la efigie de este Cristo que aman los vecinos entrañablemente y en cuya devoción han puesto su vida.

Luego los episodios varios de la historia de nuestra patria; a lo largo de ellos, en cuanto pudo oponerse en su camino, la Unión de Tula crece y afianza su destino: la educación en todos los grados de la enseñanza alcanza altos relieves; la agricultura y la ganadería, responden a los logros felices del tiempo de sus haciendas; los servicios municipales cubren las necesidades de la población; una plaza ancha, sombreada de palmeras y dos torres limpias y airosas, como una invitación a subir, siempre a crecer, mientras pasa al Iado, como un río que no se cansa de correr, el tráfico carretero de la vía que lleva a Barra de Navidad.

Tal es el pueblo que cifró su nombre y su historia en un haz de voluntades, los Tapete, los Villaseñor, los Lascano y los Arriola.

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