Tepatitlán

Tepatitlan

AQUÍ ESTÁ AHORA el gentío, el bullicio, las vendimias, los actos religiosos, sociales, culturales y deportivos. Las Fiestas de Abril en Tepatitlán remueven el silencio de otros días, hacen resonar de alegría los corazones alteños.

Tepatitlán al cruce de los caminos, al paso de todas las veredas; nadie necesita preguntar dónde, cómo o hacia qué rumbo queda este pueblo.

Se precia Tepatitlán de ser corazón de Los Altos, y de cuidar desde ahí el desarrollo, el calor, la tradición, el paisaje, las características de este entrañable rumbo de Jalisco y de México.

Antonio Gómez Robledo, el diplomático, el filósofo, el jurista reconocido en México y fuera de él, escribió un libro, tal vez el libro más bello, estremecido de pasión y emoción que se ha escrito en este suelo. Y cuando situó el entorno geográfico y espiritual de su personaje, «El Maestro», trazó en pinceladas de extraordinaria fuerza y galanura, las características de la región:

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«Una dilatada sucesión de mesetas, cuya monótona ondulación apenas es quebrada por el capricho de desgarbadas lomas, se extiende al Noroeste del Estado de Jalisco… El paisaje es agrio y violento. Los llanos se suceden en desesperantes tonalidades pajizas, y el confín se recorta ásperamente contra un cielo claro».

Luego, la referencia al pueblo de Tepatitlán y su antecedentes histórico en viejos documentos:

«En pleno corazón de esta tierra colorada, está el pueblo de Tepatitlán… Calles amplias y levemente estribadas, pavimentadas de un menudo y pulido empedradillo; casas de abigarrada y cursi arquitectura, pero francas a la hospitalidad y gratas por su frescura al descanso, y el inevitable templo parroquial cuyas torres señorean el valle y cuyo atrio lo perfuma el azahar de sus naranjos.

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Frontero, el Cerro Gordo, viejo «Seminario plantel de yndios valerosos … » Y más de la Crónica antigua: «El pueblo de Tepatitlán que en un tiempo fue de gente muy valerosa y velicosa, y está consumido por las grandes guerras que tuvo con los chichimecos, que era amparo y defensa de la ciudad de Guadalajara para que no pasasen a ella los enemigos».

Como en su historia, como en su vocación, Tepatitlán sigue siendo guardián de virtudes provincianas, fortín de tradiciones nacidas en lo hondo del corazón. Testimonio y bandera de valores humanos que dignifican al hombre y hacen que aquí en toda la región se conserven los más puros acentos de nuestra nacionalidad.

Hoy Tepatitlán está en fiesta, en una alegría que se rebulle en la sangre, resplandece en las mejillas sonrosadas de las «lindas alteñitas», en el pundonor, la gallardía y el temple de sus hombres.

Todo eso, y dos torres levantadas al cielo, como dos brazos que piden misericordia y la hacen caer en abundancia sobre el caserío y sobre aquellas extensiones, yermas al exterior, fértiles y animadas de vida y amor, devoción y piedad que guardan los alteños en su alma. Dos torres en pulido trabajo de cantería y el Cristo de la Misericordia, prenda de bendiciones para esta tierra y para sus moradores.

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