Zacoalco

ZacoalcoLAS COSAS VIEJAS se arrinconan en una esquina. Allí pasan los años y nadie se acuerda ya de ellas: el polvo y el abandono las cubren de un aspecto lastimoso.

También hay pueblos que han llegado a quedar olvidados en un rincón. Son pueblos herrumbrosos, llenos de polvo y del silencio de las cosas viejas.

En este ánimo anduvimos de una otra por las rectas y amplias calles de Zacoalco. Su torre de digna arquitectura. Sus casas revestidas de un sello de nobleza.

Zacoalco es un pueblo importante. Hay un señorío al encuentro de quien lo visita. Sus fuentes de riqueza, su nivel económico envidiable, sus servicios a pedir de las exigencias, su innegable ritmo de vitalidad ponen a este pueblo en sitio principal dentro de una amplia región.

Con todo eso, tiene Zacoalco el gesto endurecido de los pueblos que llevan encima una carga de siglos. Es la suya una rancia nobleza, una dignidad de centurias, una fisonomía venerable de hombre viejo.

La antigüedad de este pueblo está a la vista. Por primera y categórica referencia a la altura del cielo, está su torre que ya fue remozada una vez, y de nuevo aparece manchada de polvo y de lluvia. El polvo y la lluvia que han caído en centurias.

El interior de su iglesia tiene la penumbra de los templos antiguos, las imágenes descomunales, los cristos agónicos, con chorreaduras de sangre que producen una sensación de angustia.

Y las gentes de Zacoalco: también en sus gentes se advierte quién sabe qué barniz, quién sabe qué actitud, quién sabe qué rasgos étnicos que hablan de una sangre que se remansó en este pueblo desde remota lejanía.

Sábese que en el convento de Zacoalco residieron los tres grandes cronistas de esta Provincia de Jalisco; Fray Antonio Tello, Fray Mariano Torres y Fray Nicolás de Ornelas; y que aquí, sin duda, fueron redactadas buenas partes de la obra de tan ilustres historiadores.

Sin el afán de ir a referencias del pasado, sino tan sólo a una fisonomía del Zacoalco actual, deben mencionarse, sin embargo, algunos datos esenciales, como el de la fecha en que se comenzó la construcción de esta iglesia, por Fray Miguel de Lovato, primer guardián del convento, el año de 1550; y la fecha de su terminación en tiempo de Fray Juan de Ábrego en 1595. Eso y el año de la erección de la Parroquia en 1683.

Entre las celebraciones del pueblo está, en la fiesta de San Francisco, la tradición de Los Moros, representados por cuatro señores a caballo, vestidos de una extraña manera, con unas como coronas de cartón dorado y una curiosa capa, que recorren la población al tañer doliente de una chirimía y al rítmico acompasar de un tamborcito.

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También dice mucho a Zacoalco la figura descomunal de un santo Cristo de proporciones que sobrepasan en dos tantos la estatura de una persona. Causa una sensación extraña este crucifijo, de labios levantados, de mirada vidriosa, de impresionantes magulladuras de sangre.

La leyenda y la devoción se tejen alrededor de esta imagen, venerada y querida entrañablemente por los vecinos de Zacoalco, bajo el título del Señor de la Salud.

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