Guachinango

Guachinango

TODAVÍA HACE UNOS AÑOS para llegar a Guachinango se requería de ánimo resuelto como el que tuvieron los conquistadores que se atrevieron por primera vez en barrancas y arrecifes inaccesibles.

Para llegar a Guachinango, no hace mucho, era preciso madrugar y cuando las cosas salían bien, se llegaba a medianoche.

Ahora, desde que se inició la muchas veces prometida carretera a la costa, le tocó a este pueblo quedar al paso del camino que llega hasta el crucero de Talpa. En menos de dos horas, desde Ameca, está uno en el caserío que sigue el juego de las colinas.

Bien se entiende que un pueblo que nació de las necesidades de la minería, haya quedado donde está, en lugar de ir a descansar en una llanada quieta.

Las casas tuvieron que irse rodeando de los lugares donde trabajaban sus gentes, aunque fuera una ladera o un arroyo de elevados brincos.

Ahora Guachinango ofrece una serie de niveles por donde las casas van subiendo y bajando en una armoniosa disposición de tejados que le dan un aspecto extraordinariamente hermoso.

Una calle se tuerce acá y la otra se eleva allá; aquí una fachada de adobes, en esa severidad de los muros viejos de adobe, y otra allá con arcadas de piedra y manchones de musgo verdoso y fresco todo el año.

En medio de aquel conjunto se levanta blanco, gallardo, en la aguja de su torre, el templo parroquia!. Es ésta una construcción que iridece al sol, en pedrería de luz.

Guachinango-1

Guachinango-2

Quien sabe de toponimias, dice que la palabra correcta en el nombre de este pueblo, es Guachinanco, que quiere decir lugar junto a los árboles, junto al monte. También lo traducen como arroyo sin agua.

En cuanto a su antigüedad, se sabe que este pueblo fue fundado antes que Guadalajara; dicen que hay datos de los historiadores que fijan la fecha de Guachinango en 1538. Sabe si así será.

Los más viejos aseguran que el pueblo no fue éste al principio, sino que la población se estableció inicialmente en lo que es ahora el rancho de El Rojo.

Aquí de lo que se sabe es que un señor español, don Gregario Torco, a fines del otro siglo, movió las minas con buenos resultados y fundó Guachinanguillo como hacienda de beneficio.

Después de él se da cuenta de un General Ponce que trabajaba la cuestión de la agricultura y según eso levantaba cosechas como nunca se han vuelto a ver.

Y luego, que este general, entre los fines de aquel siglo y principios de éste, tenía sus trojes en lo que ahora es el templo, pues regaló el galerón más grande y lo convirtió en la iglesia donde se tiene hoy el culto.

Vino en seguida la historia que se creó alrededor de la Minas de Guachinango, cuya producción en oro vivo, dijeron que era tan abundante y de tan alta ley, que no había en el mundo un lugar de tan maravillosa producción del preciado metal.

De repente se desplomó el ensueño: que todo había sido un fantaseado afán publicitario de algunas dependencias de gobierno y Guachinango se quedó solo, y todavía hoy se habla, se ofrece, se proponen en venta las minas de Guachinango; al parecer nadie las compra…

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