San José de Gracia

San Jose de Gracia

ESTOS ERAN CUATRO hermanos… así, como quien se sienta a escuchar uno de aquellos cuentos que contaban las abuelas junto al fogón, así debería iniciar la historia del pueblo de San José de Gracia, en Jalisco.

Por lo demás, hay que decir que estas tierras parecen reservadas al Patriarca de Nazaret; que andamos en rumbos marcados y aromados por los nardos de la vara con que se representa a San José.

Aquí andan El Josefino y Jesús María que ha de decirse con su nombre completo: Jesús, María y José; por aquí también San José de la Paz, y este San José de Gracia. Y por si hiciera falta, el templo majestuoso, magnífico, de San José Obrero, en Arandas.

Quién sabe qué acuerdo tácito tomaron entre sí los fundadores de estos pueblos. El hecho es que en estos días, a estas fechas, anda por todo aquello el rebumbio y la fiesta, la alegría y la devoción de esa parte de Jalisco en la celebración del día de Señor San José.

Acuerdo no expresado el de aquellos cuatro hermanos que se han mencionado; dicen que venían cada uno caracoleando un brioso alazán, desde los rumbos de San Julián. Buscaban por acá tierras, campos, extensiones, un sitio para construir su casa cada uno y buscar el modo de subsistencia en el trabajo de la agricultura, de la ganadería, en fin.

Aquellos faldones de Cerro Gordo, aquella extensión verde, aquel manantial de aguas azules y aquellos sabinos asomándose al espejo de un río. Todo eso y el bullicio de pájaros en un paraíso terrenal, en la anchura fértil de aquellas tierras.

Bajaron de sus pencos y empezaron a recorrer de un lado a otro los hermanos cuatro, embelesada el alma, maravillados los ojos de tanta belleza natural. Luego, un puntapié aquí, otro allá, para ver el suelo, para tantear la calidad de la tierra. Todo estaba en condiciones de excelencia. Esto sucedió unos años antes de la Independencia. Desde entonces, desde el hallazgo y elección de este sitio por los cuatro hermanos de este como cuento, se empezó a contar la historia de San José de Gracia.

Dicen ahora que este es como un pueblo escondido, más allá de los hilos negros que entrecruzan la comunicación de la meseta alteña; que las condiciones de vida son más bien modestas; las tierras agotaron su fertilidad y ahora, aparte de la ganadería, quedan extensiones inmensas, laderas y lomas humeando en el vaporcillo azul que a la distancia dejan ver las magueyeras de donde se fabrica un tequila que dicen de buena calidad.

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Pero no puede decirse que sea lejano o incomunicado este pueblo a donde se puede llegar por Atotonilco o también por Arandas, torciendo adelante de Cerro Gordo, a mano de persignar. Y menos que sea un pueblo de recursos limitados; puede que no tengan deslumbrante riqueza material; la tiene y en esplendores que aluzan todo el suelo jalisciense en cuanto al impulso de sus moradores, en cuanto a su entrega, su dedicación, el cultivo de aquellas cosas nobles que dicen con el espíritu.

Ahí está, por más señas, la grandeza, la hermosura, el valor artístico de su templo parroquial, uno de los más bellos del Arzobispado, hoy en esplendores de fiesta por el día de Señor San José.

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