Guadalajara

Guadalajara

ANDABAN AQUELLOS hombres con el sayo descosido, sudorosos, la pelambre en desorden; andaban de un lado para otro en infructuosa búsqueda que se prolongaba por años.

Buscaban los conquistadores el sitio mejor para fundar la ciudad de Guadalajara, homenaje de sumisión y de halago al ambicioso Nuño de Guzmán, con lo cual darían solidez y asiento jurídico a la Nueva Galicia en su sede capital.

De un lado para otro anduvieron aquellos hombres; una mañana fueron a asentarse entre las nopaleras y tepetates blancos de Nochistlán; no, ahí faltaba el agua, su suelo árido no hacía favor a la agricultura.

Subiéronse a la colina de Tonalá; de allá guardaba Nuño el recuerdo de los ojos soñadores y la bruna, sedosa cabellera de la Cihuapilli: no, tampoco este era un lugar conveniente para fundar la ciudad, por el cerco de pueblos hostiles y una posición al descubierto de posibles enemigos.

Corrieron luego a Tlacotán. Aquí bosques y arroyos, extensiones fértiles para el cultivo. No, siempre no: el hecho de situar la ciudad a los bordos de la barranca, con sus recovecos traicioneros la pondría a la puerta de fieras emboscadas.

En esto y en lo otro se pasaron los años. Luego aquella reunión que celebraron los señores y la frase contundente de doña Beatriz que dicen, tiene nada más el aire de esas leyendas que aroman la historia. Si lo dijo, si no lo dijo, el caso es que se votó en consenso final por el Valle de Atemajac.

Pero aquí, era necesario precisar el punto y para ello fueron comisionados un dicho Miguel de Ibarra y un Juan del Camino que vinieron, calcularon, midieron; y se pusieron a soñar cuál, cómo y dónde se vería mejor Guadalajara.

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Lo platica Tello con la sal de su plática:

«Fueron al puesto do hoy está la ciudad de Guadalajara y echaron de ver ser aquel el mejor sitio, por tener unos llanos y ser más acomodado correr si viniesen los enemigos, y buen arroyo de agua y muchos manantiales, con buenas entradas y salidas para todas partes… «

En la apreciación de estos exploradores se deja ver el ánimo lleno de temores en que hacían las cosas, su carácter juilón y las experiencias sufridas en las pueblas anteriores por falta de agua a las necesidades en cada una de las intentadas capitales.

Fuere como fuere, la mañana del miércoles 14 de febrero de 1542… «estaba en la plaza un tablado capacísimo, donde el gobernador, con el regimiento y personas más principales, colocaron el estandarte real, y los alcaldes y regidores de la ciudad para tomar posesión de sus oficios, y dieron posesión a los vecinos de los solares y huertos ya trazados. Acabados estos decretos, hubo una salva de mosquetería».

El estruendo de aquellos fusiles que retumbó en el valle, todavía, a 452 años de distancia, tiene resonancias profundas en quienes hoy recordamos la fecha, -como se dice de una creatura- en que Guadalajara vino al mundo, y comenzó de firme su tránsito por la historia.

Los años, los siglos, las peripecias de un camino lleno de altibajos. Arriba del tiempo y sus avatares, el donaire arquitectónico de nuestra catedral, que ha sido presencia y sello, perfil y alma, cifra y emblema de Guadalajara y de Jalisco, en México y en el mundo.

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