Chimaltitán

Chimaltitan

CHlMALTITÁN, delante de Bolaños, por el curso del río de este nombre, se sombrea debajo de un peñasco rojo, cortado a plomo. Aquella peña parece un escudo guerrero, rodela que defiende a la población.

Es nombrado éste el Cerro del Chimal, palabra que en náhuatl significa morrión o penacho.

Dicen los historiadores que la avanzada misionera que partió de México a Michoacán y de ahí a tierras de la Nueva Galicia, llegó por el Teúl al Cañon de Bolaños donde estableció en 1616 la Doctrina o Curato de Santiago de Chimaltitán. Los religiosos que aquí tomaron asiento, procedían de San Luis de Colotlán, convento fundado en 1591.

Desde Chimaltitán se desparramaba la acción evangélica de los franciscanos a los núcleos indígenas escondidos en los repliegues de aquella barranca, trepaban por riscos, bajaban a los recovecos más hondos donde quedaron los centros primitivos de San Antonio Tepec, Huilacatitán, Pochotitán, Mamantla, Cocoaxco, Potreros y Tepizoac.

La iglesia actual de Chimaltitán tiene una imponente pesadez, como de fortaleza levantada en piedras enormes; los muros bajos y muy anchos, la torre misma tan cargada que parece desafiar los siglos.

Todavía en el interior del curato una arquería tosca, de piedras ennegrecidas, que perteneció al convento primitivo.

En lo que se tiene actualmente en servicio y en la misma iglesia pueden distinguirse las partes que construyeron los franciscanos y lo que construyó después el clero secular cuando en 1782 se hizo cargo del curato.

En el informe que acerca de estos pueblos hizo en los años 1792-93 el Dr. D. José Méndez Valdés y que publicó en la obra «Noticias Varias de la Nueva Galicia”: atiende el enviado a las posibilidades de explotación minera, refiriéndose más bien a rancherías y centro indígenas de inferior importancia que a Chimaltitán que no tiene minas.

Casi todas las casas de la población tienen portadas de piedra, con cornisones y labraduras que hablan del gusto español, de quienes debieron edificarlas allá por los siglos XVII y XVIII. Al Iado de estas fachadas de un señorío que, a pesar de todo quiere ser modesto, pueden verse casas humildes de los indígenas y las sencillas y vulgares que se construyen actualmente.

La plaza tiene enormes dimensiones y no ofrece otro atractivo que el de unos prados mal cuidados de betulias y claveles que al vapor ardiente del cañón, embalsaman el aire de Chimaltitán.

Los empedrados de las calles bien nivelados, con un esmerado aseo en todas ellas, pero apenas puede encontrarse un alma, apenas pueden verse unas personas en las calles… Nadie, sino el peso asfixiante del sol a mediodía y unos hombres sentados en el pavimento al resguardo de los portales que tiene la plaza por un lado.

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Los hombres descansando al amor del portal, no tienen ya nada qué decirse. Abrumados por el peso del sol, dejan ir los ojos más allá. No mucho más allá, porque la vista viene a golpearse contra el peñón encendido a cuyo pie se encuentra Chimaltitán.

Por el cerro mismo, el dibujo descarnado de los pitayos, como candelabros hebreos olvidados en la ladera. Ahora se cosechan allí las pitayas más dulces y carnosas que no llegan a verse en ningún otro lugar.

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