Cajititlán

Cajititlan

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POR ALLÍ VIENE el cordón grueso de los peregrinos. Las lomas, los caminos, las cañadas se pueblan con la multitud de gentes de todos los rumbos; sombrillas, vestidos, moños y holanes en todos los colores. Y una fiesta en las almas, una alegría dentro del pecho.

Vamos a los Reyes que en Cajititlán nos esperan. Es la romería de todos los años, es la fiesta que viene de muchos siglos, es el rumor de muchos pies que han andado estos caminos, y en fatiga y sudor, en devoción y amor, van a postrarse en el umbroso santuario, frente al retablo de los bíblicos personajes.

Ahí se dan de la mano la leyenda y la ciencia, la geografía y la historia, el arte y los acentos de la tradición popular.

Que una vez, hace muchos años: nadie sabe cuántos, el capellán de Cajititlán dijo: no, estas imágenes ya están muy dañadas, ya no inspiran devoción; voy  a quitarlas y a traer tres imágenes nuevas, con lucida vestimenta, con rostro de pulida hermosura.

Fue y ordenó excavar un hoyo grande en la sacristía y ahí mandó poner las imágenes retiradas de la veneración. Pero los fieles no aceptaron el trueque y esto es echar viajes con el obispo, esto es reclamarle al sacerdote, esto es exigir, amenazar, hacer toda forma de presión: querían sus santitos, los buenos…

Andaba el sacristán, otro sacristán de años posteriores, haciendo sus quehaceres y vio una fila de azquiles haciendo surco por el enladrillado de la sacrisitía; iban, iban y se perdían en una hendidura del piso; vaya pues. Ni modo que esté hueco eso; ni modo que se trate de un tesoro.

No se quedó con la duda y se puso a excarvar a escondidas del capellán y va encontrando las imágenes de los Santos Reyes, desteñidas, con manchas de humedad, desfiguradas entre la tierra. Lo supieron los vecinos y ahí están en multitud jubilosa cantándoles a los Reyes, saludando su milagroso hallazgo. Allí están ahora todavía.

Tres Reyes Magos en el precioso retablo colonial que doró el Padre Luis Méndez, y acá otros tres Reyes Magos, al alcance de los peregrinos para decirles sus quejas al oído, pedirles su intercesión, agradecerles sus favores.

Hoy Cajititlán es el centro de la devoción popular en una amplísima comarca.

Ramón Rubín se acordaba de aquello y refería: «Una vez al año cada pueblo de la comarca olvida sus desazones y pretende vestirse de fiesta. Es la fecha de su tradicional romería, fugaz sonrisa en el rostro desolado de tanto atraso y miseria.

La fama de la celebración ha cundido más allá de la comarca… y ello trae danzas y bandas de música, y eleva tempestades de cohetes, y congestiona las calles de romeros miserables que convierten sus habitaciones en centro comercial a lo largo de una semana, llenándolas de pequeñas vendimias con puestos de objetos pueriles ingenuamente adornadas, y luego llenas de comistrajos nauseabundos, basura, fetidez e inmundicias… «

Ante lo deprimente de esa imagen que halló el escritor, hay que oponer el resplandor de la fe, la piedad candorosa de esas gentes, y la fuerza y el peso de caravanas que llegan de todos lados con el corazón rebozando de esperanza y de amor.

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