San Gabriel

San Gabriel

UN NOMBRE Y UNA CIUDAD que se antojan pertenecientes a otro mundo. Se diría que todo allí tiene un orden superior: el nivel de altura en que se sitúa la ciudad, los recuerdos de una aristocracia que todavía se advierte en las arcadas que se levantan por todos lados, la educación y gentileza de sus habitantes…

En aquel aire claro de las cumbres, en la fragancia de la sierra que huele a pureza, en el dibujo de paisajes que se engrandecen con el perfil majestuoso del Nevado, por entre caseríos, hondonadas, saltos y montañas, va serpenteando el camino hasta llegar a la suavidad de una llanada donde se asienta el pueblo.

La historia de San Gabriel. Cuántas cosas hay que decir acerca de su pasado. No la trascripción de documentos de enredada grafía, sino la relación viva, emocionada, de las gentes que conocen y hablan del pasado glorioso de la que fuera por decreto del 10 de abril de 1894, importante ciudad en toda esta región.

La historia de San Gabriel comienza en un cierto lugar situado en la falda de los volcanes, al que se daba el nombre de Amole, según ello por honrar la memoria de un viejo cacique, «tan violento y esforzado que cuando se enojaba, echaba espuma por la boca», igual que una raíz campesina cuya espuma se usaba para lavar.

Hacia el año de 1525 los indios de Amole recibieron al conquistador Francisco de Cortés que recorría estos rumbos.

No hubo rechazo de parte de los sojuzgados, «los indios le rindieron vasallaje y construyeron una gran casa para él y sus soldados:

En el año de 1576 «reventó el volcán y fue tanto el ruido de las piedras que despidió, que muchos murieron de espanto, y los que quedaron prefirieron abandonar el sitio e ir a buscar otro más seguro».

Iban los indios en peregrinación buscando donde edificar su pueblo. Llevaban consigo la imagen de un Santo Cristo que debió dejarles Fray Juan de Padilla cuando en 1533 anduvo evangelizando la región.

A la sombra de aquel crucifijo se aquietaba la tristeza de haber perdido sus chozas; él mismo les inspiraba confianza en el recorrido para establecer su morada.

La encontraron en la suave planicie rodeada de un bosque, al bordo de un río, donde edificaron sus casas, comenzando por una modesta capilla donde colocaron la venerada imagen de aquel Cristo que hoy, bajo la advocación del Señor de la Misericordia de Amula, es objeto de un culto que se extiende a toda la comarca, como si se extendieran a lo ancho de la región sus brazos misericordiosos que derraman el perdón y la gracia, consuelo y bendiciones entre los lugareños.

San Gabriel-1

La bondad del clima, la feracidad de sus tierras, la belleza natural de sus paisajes, hizo de estos lugares un sitio adecuado para la instalación y próspero funcionamiento de un buen número de haciendas.

Con el reparto de tierras empezó a disgregarse el poderío económico que propiciaban aquellas haciendas en su dinámica actividad, y la importancia, la grandeza, y la sólida economía de San Gabriel acabó por derrumbarse.

Hoy no queda de aquellos días sino el recuerdo. Las casas todavía con el sello de la abundancia, pero sin el mobiliario, sin el carácter, sin el ambiente distinguido de entonces. Las haciendas son ahora un montón de ruinas.

Deja un comentario