Tlajomulco

Tlajomulco

PARA LLEGAR A Tlajomulco hay que doblar el rumbo iniciado hacia el sur, ahora hacia el oriente; y esto apenas a unos veinte kilómetros de distancia sobre la carretera que parte a la costa.

Un día llegó también, acaso por este mismo camino, el Padre Segovia, fundador y catequizador del núcleo indígena que se estableció ahí desde antes que llegaran los españoles.

Tiene el Padre Tello una serie de pormenores acerca de las contingencias que ocurrieron hasta que se consolidó la población que soportó sucesivos asedios, de los indios de Cocula, de los tarascos de Michoacán, y hasta de los vecinos de Tepatitlán y luego de los de Ocotlán.

Parecía el sitio muy codiciado. Llamaba la atención de los indígenas de aquel entonces la conformación del lugar, el cerco maravilloso de cerros, la cercanía de una laguna.

Tan codiciados así que un grueso contingente humano de la provincia de Tonalá vino a tomar definitivo asiento en una lucha en que quedaron muertos casi todos los tarascos apoderados del lugar.

Cuando llegó Nuño, los indios aquí avecindados se adelantaron a darle la bienvenida, llevándole «un presente de gallinas y cosas de la tierra y se dieron la paz, ofreciéndose por sus amigos».

Luego en el libro IV de la Crónica Miscelánea, viene una relación de los frailes que sirvieron en el convento y de las actividades que en diferentes órdenes desarrollaron.

Menciona el Hospital de la Purísima que se fundó desde los primeros años, aunque la iglesia que se ve ahora corresponde a la segunda mitad de 1700.

Tan cierto es que había habido aquí otra iglesia que la observación más simple deja ver en los sillares los restos de tumbas, fechas, cruces e inscripciones que se fueron tomando para levantar los muros de la iglesia actual, aprovechando parte de las lápidas del primer cementerio.

El interior de la iglesia tiene el aspecto de su antigüedad respetada y conservada por estos indios, con un celo pocas veces visto.

La penumbra interior, aluzada por unos cirios, deja contemplar la imagen de unos Cristos sangrantes, de mirada entristecida, con lágrimas de vidrio, labios blancuzcos, impresionantes chorreaduras de sangre.

Cristos sentados, Cristos de pie, Cristos en urnas funerarias, imágenes de María Dolorosa, con su semblante empalidecido y una angustiosa expresión en que se ve el esfuerzo por contener un gemido de dolor.

Estando dedicado el Hospital a la Purísima, a ella está dedicada también la iglesia. Su imagen preside desde un nicho principal el altar de este templo.

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Hay una devoción y un culto de los indios a esta imagen, que raya ciertamente en actitudes idolátricas.

Y habrá que decir que en Tlajomulco, más que en estas imágenes agónicas de los Cristos del Hospital, guarda en la carne viva de sus indios un correr de siglos, y es como un arcón de documentos para conocer el pasado, el espíritu y el ser de los jaliscienses.

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