Mascota

Mascota

ESTO ES MASCOTA, un señorío viejo que vino palpitando en la sangre de muchas generaciones; una nobleza en el gesto de sus habitantes y una mano cordial que se tiende con afecto; un impulso denodado por alcanzar metas de progreso y un tejido de leyendas, de historias, de recuerdos que se engastan en tiempos viejos, cuando la minería de la región espejeaba los más codiciados metales en la economía de la Nueva España.

Hay un deleitoso placer en el ir y venir de sus calles que forman la extensión del pueblo, ciertamente digno y bien urbanizado.

La plaza principal es espaciosa, llena de palmeras y rosales, si bien las inclemencias del invierno han convertido a éstos que formaron una explosión de rosas, en espinosos varejones.

Hay otras plazuelas por entre los ancones y recortes que deja el desacomodo de las calles, y todas tienen ahora árboles recién podados. Por el vigor de las ramas truncas se imagina uno lo que debió ser la fronda que envolvió en un verde sombrío aquellas plazoletas.

Recorrer las calles de Mascota es volver a los tiempos del México aquel, donde el sosiego de la vida, el linaje de las gentes, las nobles aspiraciones del vecindario, formaban una atmósfera de dignidad que no puede encontrarse ya sino en pueblos que se remontaron lejos del camino y del tráfago mundano que hoy inficiona y perturba el vivir de nuestra patria.

Datos bien establecidos, sitúan en el año de 1530 el primer poblado que hubo aquí; esta fecha corresponde a la llegada de los franciscanos.

Del tiempo de estos religiosos quedó en los anales de Mascota la devoción a la Limpia Concepción de María y a Santiago; de la Inmaculada se tiene la certeza que fue ésta la advocación que señoreó la vida religiosa de los primeros siglos y aún se tienen probabilidades de que la imagen fundadora del pueblo, de una pieza en madera de tepehuaje, sea la misma que se venera en el poblado aquí próximo de la Hierbabuena.

Después vinieron los agustinos y levantaron su iglesia en lo que dicen aquí La Troje, ahora propiedad de Pancho Robles, donde unos muros viejos de adobe enseñan parte de lo que iba a ser la iglesia, con rastros todavía del emblema agustino.

La actual parroquia no es la original; al tender el trazo de las calles a cordel, se marcó el sitio del actual templo parroquial que luego, el liberal republicano Antonio Rojas, mandó quemar y arrasar.

Sobre los muros humeantes, hacia 1864, se reedificó el templo actual que ofrece parte del altar, compuesto de un arco neo clásico, despegado del muro posterior; a la entrada del templo, un pórtico de cantera roja del más delicioso y encantador barroco; en él juegan sobre una columnaria salomónica, una ronda de angelitos en atrevido traje de verano, a manera de capiteles, y algunos sobre el pórtico, cabeza, abajo, en regocijada fiesta de inocencia.

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La titular de la parroquia fue la Inmaculada Concepción hasta que en 1812, un señor cura devoto de la Virgen de la Soledad, encargó a España la hechura de la imagen que ocupa actualmente el sitio de honor en el altar.

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