Zapopan

Zapopan

ESTA NOCHE, Guadalajara pasará en vela, en una vigilia de amor. Se podrá sentir el palpitar de los corazones como el palpitar de las estrellas. Se vivirá el deliquio de las almas enamoradas de María; el testimonio de entrega y vasallaje a la imagen de la Virgen de Zapopan, en una fidelidad y un amor que han ahondado en los siglos y enraizado en los corazones.

Desde que sabe que la Virgen madrugará en viaje de retorno a su Basílica, la ciudad está atenta. Ahora está la imagen puesta entre cortinajes, cirios y flores en el trono principal de catedral. Ya las manos amorosas de sus frailes le han quitado la corona de oro y la aureola resplandeciente, para disponerla al camino, según la tradición candorosa de nuestros mayores.

Le han colocado chalina blanca de seda y un sombrerito de palma. Las molestias del camino, el polvo de millares de pies, la aglomeración de la multitud dispuesta a la romería de mañana, la fuerza llameante del sol de octubre… todo ha sido previsto, y la Señora, vestida como una sencilla aldeanita, podrá sobrellevar las peripecias del viaje protegida con su chalina y cubierta con su sombrero.

Desde temprano ya medida que corran las horas se irá haciendo más tumultuosa la concurrencia de gentes que vienen de todos los rumbos de Jalisco y más allá. Son los devotos que no se pierden año con año esta romería que congrega una multitud de fieles en número que pasa ciertamente de un millón y más, de personas de todas las clases sociales y de todas la edades… mientras los danzantes desde esta noche y a lo largo del camino, irán también poniendo el toque de fiesta, la variedad y el lujo de sus vistosos atuendos, el ritmo acompasado de sus mejores bailes.

A las cuatro de la mañana empezarán a tocar las campanas de la catedral. Serán los repiques del alba, las mañanitas que harán resonar a platillo y tambor todas las bandas de música que se dan cita a las puertas de esta iglesia, como los mariachis, como las danzas…

Luego las llamadas de la misa de cinco, la última misa que se celebra a las plantas de la querida imagen que al retornar a su Basílica, llevará en el puño de sus manos, el corazón de todos los jaliscienses y el de todas las multitudes de todos los rumbos que vienen a acompañada en su retorno.

La misa, los cantos de despedida, la muchedumbre que se apiña por ver la imagen antes de que la coloquen en su carroza regia, adornada de flores y de la cual se atan los larguísimos calabrotes que tirarán los miembros de la Guardia; ellos mismos muy propios, con su pantalón azul, camisa blanca, corbata negra, y el rostro lleno de felicidad; estarán también los banderines, el escudo metálico de la Guardia, los estandartes, la banda de guerra, esperando una indicación para hacer resonar la clarinada que marcará el inicio de la marcha…

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Y los cantos de despedida: »Adiós, Reina del cielo, Madre del Salvador; adiós, adiós, adiós … «

Un acento amargo en la melodía. Miles y miles de gargantas pronunciarán las palabras en las cuales harán temblar su pena por la despedida. Aquella doliente queja, envuelta en una niebla lejana, en la niebla de una mañana de octubre: será el sordo, el apagado dolor en la orfandad de Guadalajara al despedirse de su Madre, La Reina de Jalisco.

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