Lagos de Moreno

Lagos de Moreno

LAGOS VIVE el holgorio de sus fiestas. Año con año se repite el festejo tradicional en honor a Jesús del Calvario, cuya imagen luego de visitar los templos de esta ciudad, regresa a su iglesia, en el cerrito del mismo nombre, en una procesión que es profesión de fe, de amor y de alabanza.

Gentes que aman a Lagos y que ostentan merecimientos en los planos de la cultura nacional, han trazado el dibujo de su ciudad.

El Arq. Enrique Echegaray, delinea así el ámbito laguense:

«Estamos en el Bajío… azul profundo en el cielo, tonos violetas en las serranías, verdes, de tonalidades suaves; en los bordes de ríos y riachuelos vegetación discreta y en partes la tierra árida.

Carlos González Peña, otro ilustre personaje de Lagos penetra en el carácter de la ciudad:

«Sonriente y austera, mística y profana, la ciudad se viste de musical silencio. Lo advertimos, nos penetra, nos cautiva con su mayor encanto. Es el «maravilloso silencio» de que hablaba Cervantes, y que se creería trasladado de Castilla a esta antigua ciudad de aquende el océano, tan llena de rancia tradición española y, asimismo, tan mexicana».

El poeta excelso de Lagos, D. Francisco González León, pone ternura amorosa en el encanto de estas calles:

«La calle está desierta. La calle es de esas mansas/ ciudades provincianas/ sahumadas de poesía, /donde al transeúnte, le esperan acechanzas/ de ensueño, recatadas/ tras la melancolía … «

Y el Lic. Alfonso de Alba, conocedor de «La Provincia Oculta’: describe en pinceladas finas su ciudad:

«Allá distinguimos los cuatro arcos del famoso puente que, según las lenguas provocativas, se pasa por arriba. Desde sus pretiles de cantera contémplase el río, tendido y ondulante, como serpiente que duerme. En tiempo de lluvias, cuando va crecido y pasan los borregos de espuma, escuchamos el flujo y reflujo de las corrientes. Desde allá se goza, además, con el cruzar -filma típica-, de mujeres descalzas que vienen de la Otra Banda, camino del mercado, con su canasto a la cabeza colmado de lechugas, flores y legumbres… o con el campaneo -grave y señorial  ­del templo de La Luz, ahogado en la luz de los árboles ribereños».

A cada vuelta de sus calles bien medidas, en esta rinconada, en aquel jardín, guarda Lagos sorpresas arquitectónicas, quietos remansos donde el aire provinciano ha sabido ser fiel a su espejo.

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Ahí su templo parroquial, soberbia grandeza de piedra, canto triunfal a la divinidad, que diseñó el Arq. Eduardo Tres Guerras.

Allá esta Capuchinas, sus leyendas y nombres venerables como el del Padre Guerra y su célebre Liceo, como el Dr. Agustín Rivera en cuya casa se retuerce todavía una parra de tiempos del sabio sacerdote.

Acá la explanada de La Merced a la sombra de árboles añosos; a su frente unos balcones con el enjalbe original donde se dice que Hidalgo arengó a los laguenses, cuando ya estudiaba circunstancias y tiempos para lanzar el Grito de Independencia desde San Juan de los Lagos.

Los laguenses aman su ciudad desde lo más hondo de su ser, y cuando se alejan, lo recuerdan y mencionan como «su Lagos querido».

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