Valle de Guadalupe

Valle de Guadalupe

CIEN AÑOS, Y ya vino el Valle de Guadalupe a un remanso de paz y trabajo.

En sus orígenes la advocación que muy hondo caló, según ha sido ese fermento misterioso que hace que todos los mexicanos se acerquen entre sí al nombre de la guadalupana.

Todo eso que es México y que hace México a la Virgen de Guadalupe en su fiesta del Doce de Diciembre, está vivo en el Valle, con llameante color, desde hace cien años.

Es este un mediodía de diciembre. Está venteando un otoño en despedida, con olor de hierbas marchitas, levadura agria de los pastizales que magullaron las heladas.

En este aire fresco que se tiende por la meseta alteña, en el aliento sazonado de los maizales donde se acaban de deshojar las últimas flores, la charla del Lic. Jorge

Humberto Romo Barba, un vallense de cepa que ocupó la presidencia municipal de su pueblo, y sigue atento el latido de vida que va marcando sus días en el tiempo:

«Cuando hablo de estos pueblos, me gusta hacer notar el arraigo característico del alteño a la tierra.

Me animo a pensar que nadie como estas gentes tiene un amor, un apego a la tierra, una fidelidad a sus tradiciones, una entrega al trabajo, como no lo tiene nadie.

Las tierras duras, casi tepetate al desnudo, la lluvia escasa, clima hostil… ¿cómo podría haber vida vegetal?

Pero el alteño puja y se esfuerza y madruga, se afana, riega la tierra con sudor; con sangre, cuando ha sido preciso, pero hace que dé fruto.»

Como en otros pueblos se ofrece en éste el dato de un párroco que hizo nacer, de su solicitud y diligencia, de su calidad de pastor, el pueblo de Valle de Guadalupe.

Y es común encontrar en la gente, admiración profunda y gratitud para aquel sacerdote, cuya obra se palpa hasta en la conformación física del pueblo, sus calles, sus plazas, el templo.

Hace memoria de este personaje el Lic. Romo Barba, en su voz reposada, en el acento cálido de su charla… :

«En diciembre de 1885 llegó aquí como Cura don Lino Carmen Martínez López a quien consideramos el forjador de este pueblo.

Entre otras cosas y dadas las condiciones tan primitivas de esto que era entonces sólo un mesón grande donde se detenían las carretas en viaje a Guadalajara, se dio a trazar las calles de la población, impulsó decididamente la educación de los lugareños, construyó dos escuelas.

Emprende la edificación del templo, manda fundir las campanas, compra el reloj de la parroquia, idéntico al de palacio de gobierno de Guadalajara, una joya… «

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En la plazuela llena de rosales, entre la parroquia y la escuela, ahí donde estuvo la Casa de Diligencias, se levanta una estatua del Sr. Cura Carmen Martínez López.

Se le ve un hombre recio, de buena complexión, rasgos firmes, energía y vitalidad aplicados al progreso de este pueblo. Así fue por una vida entera, por 33 años de permanencia en este lugar, hasta su muerte ocurrida en 1918.

Hoy que tocaron las campanas a fiesta, en la fiesta de la Virgen de Guadalupe, y las rosas de la tilma dibujaron su imagen, no faltó el recuerdo, la oración, la gratitud para quien forjó este bello pueblo.

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